jueves, 3 de marzo de 2016

Antes de irme a dormir.

Antes de irme a dormir,
quería improvisarte algo,
aunque me haga carencia
la inspiración,
y tenga fríos los pies.

Hace seis meses
decidí hablarle
a mi chico inresuelto,
que fingía alegría
con una sonrisa de pega,
y el corazón arrastras.


Las intuiciones tan sólo son señales
que provoca el destino
o coincidencias provocadas.


Volvería a provocarte,
volvería a cometerte.

Seguiría queriéndote
igual de fuerte,
incluso más.

Estás hecho a mi profundidad
 qué bien me quedas en el fondo.

Me encantaría ahogarme
en tus brazos,
si me dejas.
Bailaría eternamente
bajo tus tormentas,
y descarrilaría todos los trenes
que no terminen en tu boca.

Me enamoré de tu dolor
y tengo ganas de follarte las penas,
tal vez borrachos
en nuestro apartamento.


Siempre serás mi huida preferida.


Hay personas que son promesas:
quiero romperte,
ábrete de pecho.

Tengo tus costillas
atadas a mis versos,
y una infinidad de maneras
de poetizarte desnudo,
de miedos.

Después de quererte,
no sé,
pero que sea contigo.

La opresión de mi pecho
tan solo es un intento
de retener mis latidos
 en el vacío.
Ahí donde siempre
jugamos a escondernos,
a robarnos besos,
donde somos reales.

viernes, 26 de febrero de 2016

La habitación de los recuerdos.

Arráncame las sábanas,
que ya me he acostumbrado a eso
de dejarme la puerta abierta
por si decides venir con el frío
y meterte en mi cama.

Que el jodido Diciembre
se me ha colado por los rincones
y no sé cómo cesar la lluvia
que se esconde en mis lagrimales.


Que se ha acostumbrado a mí 
y ya no quiere irse.

Y yo sigo esperando
que entres por esa maldita puerta
y me digas que estoy guapa
incluso hecha mierda,
pero que sonriendo
-incluso hecha mierda-
lo estoy más.


Que me has echado de menos.

Que cada vez
que te ibas a dormir,
había un vacío en el lado
izquierdo
de tu cama
y no podías retener 
las lágrimas
más que unas milésimas de segundos,
antes de naufragarme
por enésima vez.

Que andar descalzo
por los pasillos
había dejado de tener sentido
si no me ibas a encontrar
con tus zapatillas de estar por casa puestas
e ibas a fingir que te molestaba
tan sólo como excusa
para vengarme el robo
a cosquillas.

Que cada esquina de la ciudad
había perdido la magia
desde que no estaba yo
para perderme contigo
y mendigarte besos
debajo la tenue luz
de las farolas
a no sé que hora
y no me importa
si es contigo
de la madrugada.

Que las estaciones de tren
 habían descarriado la inquietud
 de las 6:25 de la tarde
desde que el tren llegaba
hastiado de mi ausencia
y tu manera de sorprenderme
mientras te buscaba desconcentrada
entre la multitud de la gente.

Que el desorden ya no era bonito
si no venía despeinado
en pijama
y con ojeras
a despertarte,

o el sábado por la noche
con las palomitas de maíz
esparcidas por el sofá
y la manta
y nosotros 
por los suelos
sonando de fondo
una de las típicas
películas de fin de semana.

Que habías descubierto
que todas las putas canciones de amor
hablan de mí
pero ninguna se comparaba
con escucharme cantar en la ducha
o esos conciertos
dedicados 
explícitamente para ti.

Que romperse 
había empezado a doler
cuando no era contra mis labios
y los silencios se habían vuelto incómodos
y la poesía
y los libros
y arroparse cuando hacía frío
porque todo era sin mí.

Que me has echado tanto de menos
como te he echado yo
y estás harto de pedirles a todas
que hagan de mí,
que ninguna se ríe del miedo
como yo,
que ninguna lo hace.


Que cierres la puerta, joder,
que no te vayas.


Que tengo calado Abril en los costados
y la primavera a roce de garganta.

Que lo siento, que no te vayas,
aunque te vuelva a decir
que te alejes de mí.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Las ruinas más bonitas del mundo.

Siempre fue difícil iluminar mis calles, 
sobretodo a sabiendas de mi topografía. 
Cuántos precipicios se arrogaban desde dentro,
qué pintaba una ciudad dentro de una quebrada
y tan quebrada que estaba ésta. 

Entraste en estas ruinas
 sin esperar ver más que destrozos,
 calles y más calles
 en destino a Ninguna Parte
 y aún así,
te enamoraste de ella.
 De como las flores descienden por su melena
 y su clavícula recoge toda la lluvia.
 Como los cerezos se confunden en su boca
 y por qué las mariposas nacen en su ombligo.
 No hay mejor desfiladero que su cuello
 y el escondite que se halla tras sus pómulos.
 Que la depresión más profunda
 se halla tras sus ojos
 y joder,
 cómo te gusta ser caída libre por ellos.
 Y sus gestos
 y esa columna aún en pie en medio de tantos despojos
 o de sus vértebras.
 Crearías carreteras en sus caderas
 para matarte en sus curvas,
 menuda hostia eso de tenerla de frente
 y sonriendo.




No hay accidente geográfico más bonito

que cuando encoje las cejas,

se cruza de brazos 

y besa el silencio.


Dan ganas de morderle los enfados
 y tirar de ellos.
 De dejarla echa polvo,
 sí,
 pero de risa;
 menudos seísmos provoca su garganta,
 te hace temblar.

 No sé si de ella
 o de ese miedo por perderla,
 romperla,
 deshacerla,
 quererla mal.

 No quieres que nadie la descubra,
 ni que descubra que es perder el equilibrio por ella;
 de verla trasnochar
 y decir
que el mundo es más bonito cuando duerme.
 Y cómo va a saberlo ella,
 si no se ha visto dormir.

 Y cómo vas a saberlo tú
 sino durmiendo en sus avenidas;
 en sus vueltas, en sus idas,
 pero sobretodo en sus
«quédate,
aunque tengas motivos para irte»
 que tanto repite
 cuando llueve.

Todos los caminos me llevan a quererte.


Te quiero, hola.


Lo digo así porque me parece más bonito y directo empezar diciéndote que te quiero.

Esto de quererte me tiene acojonada.

Y bueno, me gusta reírme del miedo.


Lo sabes.


Por eso hago la gilipollas, me río, soy niña contigo. 

Me haces no temerle a nada y temerle a todo.
Últimamente es tan fácil quererte.

Eso también me acojona. 

Hacerlo mal. No ser suficiente.


Sabes que no me gusta otorgarme méritos.
A veces me pregunto cómo podría demostrarte que te quiero todos los días, aunque no te lo demuestre. 


Tampoco sé si lo hago
 y pienso que no.


Si harían falta más palabras, más versos, más sorpresas.


Pero nunca fui partidaria de forzar mi desgana. Pienso que cuando uno siente ganas de hacer algo, es sincero. Y así con todo.

Sé que a veces esperas un 'te echo de menos' de mi parte; pero nunca te dije que te siento cerca estando a kilómetros. U oraciones como 'estoy enamorada de ti', 'eres el amor de mi vida' o 'para mí eres perfecto'.

Es irónico que una perfeccionista como yo odie esa clase de idealismo sobre los sentimientos.

 Pero he aprendido a medir mis palabras
 para no arrepentirme de ninguna.

 Son todas tan fuertes.


Tampoco te dije que cada día te quiero más, que aumenta mi ilusión por pasar unas horas contigo.

 Que me fascinan tus intentos de hacerme poesía.

Que también te quiero cuando te enfadas y te haces de rogar.
Ni que sonrío cada mañana ante tu mensaje de 'buenos días, pequeña'
y me gustaría ser capaz de decirte:

'buenos días, amor. 
No he soñado contigo
 pero para qué,
 con lo bien que me quedas
 siendo verdad'. 

Y con lo bien que me quedas en la boca. 

Que me gusta observarte sin apartar la mirada cuando estás distraído, hasta que te da cuenta de ello.


Entonces sonrío, entonces sonríes.

De esas veces en que te enfadas estúpidamente,
te insisto y desisto.

Me ignoras,
me enfado.
Me buscas,
te ignoro,
me abrazas,
aflojo.
Sabes que odio las cosquillas
y aún así nunca podría odiarlas
si surgen de ti.

Y creo que no hace falta recalcar que hasta cuando te digo 'te odio', te estoy queriendo.

Porque te quiero, te quiero todos los días.