jueves, 3 de diciembre de 2015

Las ruinas más bonitas del mundo.

Siempre fue difícil iluminar mis calles, 
sobretodo a sabiendas de mi topografía. 
Cuántos precipicios se arrogaban desde dentro,
qué pintaba una ciudad dentro de una quebrada
y tan quebrada que estaba ésta. 

Entraste en estas ruinas
 sin esperar ver más que destrozos,
 calles y más calles
 en destino a Ninguna Parte
 y aún así,
te enamoraste de ella.
 De como las flores descienden por su melena
 y su clavícula recoge toda la lluvia.
 Como los cerezos se confunden en su boca
 y por qué las mariposas nacen en su ombligo.
 No hay mejor desfiladero que su cuello
 y el escondite que se halla tras sus pómulos.
 Que la depresión más profunda
 se halla tras sus ojos
 y joder,
 cómo te gusta ser caída libre por ellos.
 Y sus gestos
 y esa columna aún en pie en medio de tantos despojos
 o de sus vértebras.
 Crearías carreteras en sus caderas
 para matarte en sus curvas,
 menuda hostia eso de tenerla de frente
 y sonriendo.




No hay accidente geográfico más bonito

que cuando encoje las cejas,

se cruza de brazos 

y besa el silencio.


Dan ganas de morderle los enfados
 y tirar de ellos.
 De dejarla echa polvo,
 sí,
 pero de risa;
 menudos seísmos provoca su garganta,
 te hace temblar.

 No sé si de ella
 o de ese miedo por perderla,
 romperla,
 deshacerla,
 quererla mal.

 No quieres que nadie la descubra,
 ni que descubra que es perder el equilibrio por ella;
 de verla trasnochar
 y decir
que el mundo es más bonito cuando duerme.
 Y cómo va a saberlo ella,
 si no se ha visto dormir.

 Y cómo vas a saberlo tú
 sino durmiendo en sus avenidas;
 en sus vueltas, en sus idas,
 pero sobretodo en sus
«quédate,
aunque tengas motivos para irte»
 que tanto repite
 cuando llueve.

Todos los caminos me llevan a quererte.


Te quiero, hola.


Lo digo así porque me parece más bonito y directo empezar diciéndote que te quiero.

Esto de quererte me tiene acojonada.

Y bueno, me gusta reírme del miedo.


Lo sabes.


Por eso hago la gilipollas, me río, soy niña contigo. 

Me haces no temerle a nada y temerle a todo.
Últimamente es tan fácil quererte.

Eso también me acojona. 

Hacerlo mal. No ser suficiente.


Sabes que no me gusta otorgarme méritos.
A veces me pregunto cómo podría demostrarte que te quiero todos los días, aunque no te lo demuestre. 


Tampoco sé si lo hago
 y pienso que no.


Si harían falta más palabras, más versos, más sorpresas.


Pero nunca fui partidaria de forzar mi desgana. Pienso que cuando uno siente ganas de hacer algo, es sincero. Y así con todo.

Sé que a veces esperas un 'te echo de menos' de mi parte; pero nunca te dije que te siento cerca estando a kilómetros. U oraciones como 'estoy enamorada de ti', 'eres el amor de mi vida' o 'para mí eres perfecto'.

Es irónico que una perfeccionista como yo odie esa clase de idealismo sobre los sentimientos.

 Pero he aprendido a medir mis palabras
 para no arrepentirme de ninguna.

 Son todas tan fuertes.


Tampoco te dije que cada día te quiero más, que aumenta mi ilusión por pasar unas horas contigo.

 Que me fascinan tus intentos de hacerme poesía.

Que también te quiero cuando te enfadas y te haces de rogar.
Ni que sonrío cada mañana ante tu mensaje de 'buenos días, pequeña'
y me gustaría ser capaz de decirte:

'buenos días, amor. 
No he soñado contigo
 pero para qué,
 con lo bien que me quedas
 siendo verdad'. 

Y con lo bien que me quedas en la boca. 

Que me gusta observarte sin apartar la mirada cuando estás distraído, hasta que te da cuenta de ello.


Entonces sonrío, entonces sonríes.

De esas veces en que te enfadas estúpidamente,
te insisto y desisto.

Me ignoras,
me enfado.
Me buscas,
te ignoro,
me abrazas,
aflojo.
Sabes que odio las cosquillas
y aún así nunca podría odiarlas
si surgen de ti.

Y creo que no hace falta recalcar que hasta cuando te digo 'te odio', te estoy queriendo.

Porque te quiero, te quiero todos los días.